Cuando esperar era parte de la historia
Una chimenea, una cerveza y un carrete analógico para explicar nuestro problema con la inmediatez
Cuando en 2024 anunciaron que iban a tirar abajo la chimenea de la térmica de Lada, pensé: «mira qué suerte tengo». Me había independizado hacía poco en un piso con terraza y podría ver la demolición como quien ve una final del derbi, en primera fila y cerveza en mano.
Al final, la historia no fue como me la había imaginado, sino que fluyó con la deriva de la industria en Asturias, desdibujándose poco a poco en el horizonte, hasta que un día —casi sin que nadie se diese cuenta— de repente ya no estaba.
Y ahí me di cuenta de que tenemos un problema serio con la inmediatez: todo lo queremos ya. ¿En qué momento el scroll infinito se convirtió en un hábito de consumo y pasamos a ser incapaces de aguantar más de tres segundos viendo algo que no nos flipe?
El año pasado me dio por trastear con la fotografía analógica. Me compré una Minolta, unos cuantos carretes y varias cámaras desechables. Disparar, elegir un laboratorio en el que revelar la foto, esperar los resultados… Muy vintage todo. Pero aún así pasó lo que tenía que pasar: una foto que me hubiese gustado subir pero no pude, un amigo que me preguntaba si tenía las fotos de aquella excursión cuando aún estaban sin revelar, un carrete velado al precio disparatado que tiene el material analógico… Y no reaccioné: cuando me quise dar cuenta, me estaba descargando una app para lograr el mismo efecto y poder subir unas fotos a Instagram.
Y sin embargo, en medio de esa inmediatez voraz y todo ese caos de prisas, hay algo que se detiene. No deja de ser esperanzador y llamativo que hayamos asistido a un cónclave. Me hace gracia: millones de católicos en todo el mundo (y otros muchos foráneos) atentos a una chimenea y al color del que echa el humo. Algo que tiene poco de viral pero mucho de humano.
Como decía Carmen Llosa al defender las comedias románticas, «¿qué tiene de malo que algo sea predecible si está bien hecho?». El problema llega cuando esperamos algo más, cuando damos por sentados los fuegos artificiales: cuando asumimos que la vida misma es una tirita y que mejor si nos la quitamos del tirón.
Es una lógica perversa. Al final dejamos escapar cosas que de verdad tienen un impacto positivo en nuestras vidas o en nuestros territorios, porque su desaparición no es lo suficientemente llamativa. Porque, al contrario de lo que sucede con la gira de Bad Bunny, no hay una cola online para ver cómo se desmantelan los servicios públicos, para discutir el papel de la tecnología en nuestra cada vez menor capacidad de concentración o para que nos expliquen por qué seguimos buscando o compartiendo piso con la edad en la que nuestros padres ya nos habían tenido a nosotros.
Qué ilusión que me hagas esas referencia! :) Y qué buena reflexión!